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Se avecinan días febriles y negociaciones maniobras estratégicas, muchos están obsesionados con un número, con un lugar en las listas legislativas, con ese sitio que les garantice poder y visibilidad. Se disputan espacios como si fueran terrenos en extinción, como si la política fuera apenas un juego de posiciones, de nombres que suben o bajan en la grilla. Pero hay otros, unos pocos, que no piensan en el puesto sino en la huella.
Por Martín Illanez
Son los que eligen la historia antes que la rosca, los que saben que la política no es el arte de ubicarse bien, sino de transformar lo que está mal. Son esos locos imprescindibles, como los llamaría Galeano, que entienden que el verdadero desafío no es quedar en una lista, sino en la memoria colectiva. No los deslumbra la promesa de un despacho ni la urgencia de un cargo; los mueve la necesidad de construir algo más grande que ellos mismos.
No buscan aplausos en un recinto, sino abrazos en las calles. No trabajan para su propia conveniencia, sino para el bien común. No miden su éxito en bancas ganadas, sino en derechos conquistados. Son los que eligen la comunidad antes que el ego, la trascendencia antes que la coyuntura. Mientras algunos se aferran al poder como un náufrago a su tabla, ellos entienden que el único poder legítimo es el que se usa para que todos floten, para que nadie se hunda.
La historia no se escribe con listas cerradas ni con acuerdos de medianoche. Se escribe con compromiso, con convicción, con la certeza de que la política es, antes que nada, una herramienta para cambiar la vida de los demás. Y cuando el tiempo pase, cuando el polvo de las elecciones se asiente y las roscas de hoy sean apenas un dato olvidado, serán ellos, los que eligieron la historia, los que realmente habrán valido la pena.