
Las crisis de ansiedad o ataques de pánico en la infancia son una problemática cada vez más frecuente, por lo cual es importante saber en qué consisten, cómo reaccionar ante estos episodios y de qué manera se pueden prevenir.
“Una crisis de ansiedad o ataque de pánico se caracteriza por la aparición repentina de un miedo intenso y síntomas físicos como palpitaciones, sudoración, temblores, dificultad para respirar o sensación de pérdida de control", explicó la psicóloga Soledad Dawson.
La profesional, quien es especialista en vínculos y familias de la Universidad Hospital Italiano, añadió que "es un episodio que merece atención, sobre todo cuando se repite y genera preocupación en el niño y su entorno”.
En los más pequeños, los signos de alerta pueden incluir preocupación excesiva, problemas de sueño, irritabilidad, dolores de cabeza o de estómago, dificultad para concentrarse, llanto sin causa aparente, berrinches recurrentes, cambios de humor frecuentes y apego excesivo hacia los padres. También pueden evitar situaciones o espacios que les generan ansiedad o presión, o dejar de realizar actividades que antes disfrutaban.
La causa no siempre está en un hecho puntual y, según Dawson, el entorno juega un papel clave: “La sobreexposición a pantallas, agendas escolares recargadas, presión por el rendimiento, exceso de actividades y un contexto familiar o social con alto nivel de estrés —donde todo debe ser ‘producción, eficacia y eficiencia’— predisponen a los niños a este tipo de crisis. Las conductas y sensaciones ansiógenas se transmiten de manera inconsciente cuando compartimos tiempos y actividades con personas que viven de esa manera. Los chicos escuchan, observan y absorben esa ansiedad”.
Si un niño atraviesa una crisis de ansiedad, la especialista recomienda:
-Hablarle en tono amable y pausado.
-Llevarlo a un espacio tranquilo y evitar el ruido.
-Ayudarlo a respirar lentamente hasta recuperar el aliento.
-Ofrecerle un vaso de agua.
-Prevención desde casa.
Entre las recomendaciones para prevenir el desarrollo de crisis de ansiedad, Dawson sugiere revisar la cantidad de actividades que realizan los más chicos, garantizar tiempos de descanso y juego sin pantallas, y moderar los cambios constantes de ambiente.
“Los niños reproducen lo que ven a su alrededor. Si queremos que bajen el ritmo, el entorno también debe desacelerarse”, expresó la especialista.
En definitiva, abordar los ataques de pánico en la infancia requiere más que una solución inmediata: implica revisar hábitos, rutinas y el modo en que, como adultos, acompañamos y damos ejemplo.
La clave está en implementar cambios graduales, sostenibles y compartidos, entendiendo que el bienestar emocional de los pequeños se construye en comunidad. La escucha atenta, el tiempo de calidad y la reducción de exigencias pueden marcar la diferencia, reservando la medicación como último recurso y siempre bajo supervisión profesional.