La política argentina está experimentando una transformación radical y vertiginosa que hace juego con el espíritu de la época, el zeitgeist diría Hegel, caracterizado por una sociedad líquida, fragmentaria, moviente, evanescente, que prioriza el tiempo sobre el espacio, la inmediatez sobre la espera, el resultado sobre el proceso, el riesgo sobre la certeza.
Por Rubén E. Galleguillo.
La irrupción del fenómeno libertario en la escena nacional, y el acceso de su líder, Javier Milei, a la Primera Magistratura después de ganar en la segunda vuelta electoral con un robusto apoyo popular, vino a jaquear el sistema político conformado por dos grandes centros gravitacionales que giraban sobre los ejes peronismo/no peronismo que habían hegemonizado la vida política del país durante décadas alternándose en el ejercicio del poder desde la reinstauración democrática hace ya cuarenta años.
Además, vino a poner en cuestión ciertos consensos establecidos en temas altamente sensibles de identificación identitaria o convenciones sociales como el terrorismo de estado en la última dictadura, el alcance de los derechos humanos, la interrupción voluntaria del embarazo, el feminismo y la igualdad ante la ley, las políticas de género, el impacto ambiental de las actividades humanas, el concepto de justicia social, la organización de la cosa pública, el rol del Estado y financiamiento de sus prestaciones, entre otros aspectos no menos relevantes.
Este cuadro de situación no puede escindirse de la crisis estructural que arrastra el país en los últimos lustros en materia económica, social y laboral, que ha trepado a guarismos alarmantes de pobreza, indigencia, informalidad laboral, endeudamiento, agotamiento de reservas, déficit público, inflación, recesión, sin nombrar los resonantes actos de corrupción, espionaje ilegal y crecimiento del narcotráfico, que abonan el caldo de cultivo propicio para la germinación y profundización del malestar social.
Pero no es el propósito de este artículo ahondar en el análisis de las causas que motivaron el surgimiento, instalación y triunfo electoral de un outsider que trajo al debate público una agenda disruptiva, controvertida e innovadora, ni evaluar el impacto que sufrirá el sistema político nacido bajo el amparo de la Reforma Constitucional de 1994 y regido por dos grandes coaliciones producto deliberado del sistema de balotaje, ni tampoco la reconfiguración de las alianzas y realineamientos políticos que habrán de producirse en el nuevo gobierno y en las fuerzas de la oposición.
Sobre todo, interesa abrir un espacio para la reflexión crítica y poner en el debate público la necesidad de una renovación profunda de las ideas, conceptos y metodologías que permitan al Justicialismo recuperar la esencia de lo que fue, un movimiento humanista, progresista y emancipador. Un partido que asuma su legado histórico de representación del sujeto social ligado a la cultura del trabajo, la producción y el desarrollo. Una fuerza política que reconozca en la interacción de las instituciones republicanas, democráticas y federales la fecundidad del antagonismo, la riqueza de la diversidad y el valor de la alternancia.
Un espacio político que sintonice con el carácter, motivaciones, intereses y expectativas de nuestra sociedad, de sus actores y organizaciones, de sus referentes sociales y culturales, de los ciudadanos en su doble condición de depositarios de la soberanía popular que delegaron y de súbditos de la ley que se auto instituyeron. Un lugar de encuentro que permita reflexionar en libertad, debatir sin acallar, integrar sin unificar, distinguir sin disociar, asociar sin reducir, disentir sin estigmatizar, abrazar sin agobiar.
Un partido progresista que enarbole sin menoscabo alguno las banderas de la libertad, la igualdad, y la solidaridad, que plantee un rumbo claro y previsible alineado con los países democráticos y desarrollados del mundo, que recupere la capacidad de representación de los excluidos y marginados del sistema, que exprese la defensa sin anteojeras ideológicas ni exclusión selectiva de los derechos de la persona humana con la correlativa obligación inherente, que sea intérprete del aforismo que reza tanto mercado como sea posible y tanto Estado como sea necesario, que ponga en el centro de la agenda pública el capital social y humano en sus diversas dimensiones y manifestaciones, que proyecte un horizonte de realización mediante un desarrollo sustentable, federal e inclusivo.
Se trata de cabalgar la ola de los tiempos y asumir la plena condición de ciudadanía renovando el partido que conquistó derechos y suprimió privilegios, respetando la voluntad de las mayorías y tutelando los derechos de las minorías, participando en la composición y ejecución de una nueva partitura política, escuchando otras voces y reconociendo otras miradas que restañen heridas y abriguen esperanzas, interpretando el inapelable mensaje de las urnas que exige cambiar, reparar, aprender y evolucionar.
*Doctor por la Universidad Complutense de Madrid Magister en Relaciones Internacionales Docente de Grado y Posgrado en la Universidad Nacional de La Rioja